jueves, 9 de agosto de 2012

Crónicas desde el cielo: En busca de la noticia. Sancho Gracia. 8 de agosto de 2012


Permitidme un inciso: Desde hace unos meses muchos de nuestros queridos actores, presentadores, directores han decidido irse a actuar, presentar o dirigir a otros mundos... A todos ellos les debo una crónica: Juan Luis Galiardo, Gustavo Pérez Puig, José Luis Uribarri, Paco Morán... y la tendrán en cuando me la dicten al oido quienes quieran que sean los que lo hacen. Anoche apenas podía conciliar el sueño, quizás por el calor de la noche agosteña, quizás por que no estaba demasiado cansada o quizás simplemente porque me desvelé. Como me pasa siempre, ya en la cama una crónica comenzó a rondarme la cabeza cojí papel y lápiz y salió fluida. Se conoce que quien me las dicta tenía necesidad de hacerlo pronto y empujaba letra a letra mi cabeza. El motivo, una pena. La crónica del Gran Sancho Gracia, el eterno Curro Jiménez, el camionero o el Jarabo y tantos y tantos personajes más. Deje entrar la crónica, a pesar de tener otras pendientes tan importantes y tan inesperadas como esta. Por eso pido disculpas al resto de los viajeros y desde aquí les digo que no les olvido, que  tendrán su crónica, quizás una de estas madrugadas calurosas o una tarde viajando en tren. Aprovecho para pedir a quien sea oportuno que me de unas vacaciones "croniles"-. Los que están nos hacen falta. Y dicho esto os dejo con la crónica. Gracias.



Los brillantes relojes solares marcaban las dos y media de aquella calurosa madrugada celestial en la constelación agosteña de leo, cuando de repente en los “aéreo tipos” de los “nubeportátiles” saltó la noticia.
Un grito de alegría se oyó por tordas las purpúreas mesas de la redacción del “UNIVERSAL”.
“¡Al fin, al fin, al fin ha llegado!, ¡Ya lo tenemos entre nosotros!, ¿Qué hacemos ahora?, ¿Iremos a recibirle?”- exclamaban alborozados los más de cien plumillas de aquel periódico decano de los diarios del más allá.
Al instante, un arcángel de avanzada edad, pobladas barbas de azulado y brillante cabello, que parecía ser veterano en la casa, tomó las riendas de la situación comenzando a ordenar a cada uno de los “fotoquerubines” y “redactoángeles” lo que debían hacer.
“¡Rafael!”- exclamo dirigiéndose a un angelillo de grandes ojos negros, tez morena y pelo ensortijado.- “¡Tú a la entrada del cielo a cubrir la noticia y que te acompañe Asbel, que será la encargada de plasmar en “estelofotos” todo el reportaje!”, -dijo dirigiendo su mirada a una angelita de grandes y pobladas alas de dorado plumaje y sonrisa sonrosada y perfecta de grandes ojos azul verdosos.
Y terminó diciendo: “El resto seguid con vuestro trabajo a la espera de que vuestros compañeros vuelvan con la información”
Al fondo de aquella sala cubierta de aplanadas nubes de grisáceo color se oyeron sonidos de desilusión, ya que todos deseaban haber sido los elegidos para cubrir el reportaje.
Al instante se pusieron en camino.
Apenas habían pasado cinco minutos cuando Rafael y Asbel estaban volando entre nubes de color rosado, cruzando galaxias de polvo de estrellas, atravesando montañas de cirros y cometas hasta que al fin llegaron a la resplandeciente entrada que separaba el mundo del más allá celestial de los paisajes terrenales.
Cuando llegaron no podían creer  lo que estaban viendo: Cientos de pequeñas nubes se habían unido fuertemente por diminutas manitas algodonosas, como si de un gran puzzle se tratara, formando la figura de lo que parecía ser un gran caballo alado.
Los pequeños periodistas universales frotaban sus ojos, perplejos ante aquel inaudito espectáculo.
De repente, el caballo dobló sus níveas patas postrándose majestuoso ante las plateadas puertas de labrado metal que cercaban los límites del cielo, y lentamente allí se quedó tranquilo, esperando.
Fue en ese momento cuando Asbel comenzó a disparar su máquina de “estelografiar”, plasmando aquella inusual imagen.
A la vez, Rafael grababa en su mente y  anotaba en su pequeña libreta de tapas doradas toda la situación a la espera de ver lo que ocurría.
Llevaban apenas unos minutos observando aquel extraño baile de nubes cuando en el fondo de la estancia comenzó a formarse una lluvia de estrellas, brillante, fuerte, que calaba de brillo toda la escena como si de un castillo de fuegos artificiales se tratara.
Los dos reporteros cada vez más encantados con aquella visión, abrían sus ojos desmesuradamente como una pareja de niños sorprendidos en una mañana de reyes.
Un golpe seco y duro interrumpió su fascinación. Vieron como las argentinas compuertas  comenzaban a abrirse y como una silueta comenzaba a vislumbrarse a través del quicio.
Y comenzaron  poco a poco a ver la imagen que se ocultaba tras las inmensas bisagras. Era un hombre alto, de pelo oscuro, bien parecido y elegantemente vestido a pesar de llevar sencillamente una camisa blanca y un pantalón vaquero.
Como único equipaje portaba al hombro una mochila deportiva que a pesar de su pequeño tamaño parecía estar repleta de recuerdos e ilusiones.
Su gesto era de desconcierto y su mirada denotaba que ignoraba el lugar en el que se encontraba. Dio unos pasos y como quien llega a una nueva ciudad que no conoce se dirigió a nuestros reporteros de manera desenfadada:
“¡Chavales!, veréis… Me han “dao” esta dirección, dijo mostrando un papel plateado y me han “dejao” delante de estas puertas pero no sé a donde tengo que ir. ¿Podríais indicarme donde queda esto?
  No hubo acabado de preguntarles cuando sin apenas tiempo para que le contestaran, el caballo alado se irguió sobre sus cuatro patas colocándose junto al nuevo viajero pidiéndole con un leve gesto de  cabeza que se subiera a su grupa.
Y así lo hizo, bajo la atenta mirada de Rafael y la “estelocámara” de Asbel, el viajero se tornaba en caballero a lomos del esponjoso corcel “nubil” y galopando cadencioso se desplazaba  hasta sus nuevos “Cielitorrios” (así se llama por estos lares a los territorios celestiales), alejándose en el horizonte galáctico.
 A las pocas horas, los dos informadores redactaban y maquetaban su primicia y en todas las nubes, en todos los planetas y hasta en el cuerno de la luna menguante se pudo leer la noticia del periódico Universal:
 “Sancho Gracia cabalga de nuevo a través de las estrellas. El mundo celestial ya tiene un nuevo habitante”
Y bajo el titular podía verse la imagen de el viajero a lomos de aquellas extraordinarias nubes equinas, mientras con uno de sus ojos hacia un guiño a los lectores”.


Breve biografía (Fuente wikipedia)

Félix Ángel Sancho Gracia, de nombre artístico Sancho Gracia (Madrid, 27 de septiembre de 1936 - Madrid, 8 de agosto de 2012)  fue un actor español.
Fue un relevante y popular actor de cine, televisión y teatro que realizó una extensa carrera interpretativa. Participó en muchas películas en su extensa carrera actoral así como en multitud de obras de teatro. Sus trabajos para la televisión le hicieron muy popular, en especial su interpretación de Curro Jiménez en la serie televisiva del mismo título, aunque otras como Los camioneros o La máscara negra también fueron muy exitosas.
Participó también en las películas Montoyas y Tarantos (1989) dirigida por Vicente Escrivá y El crimen del padre Amaro (2002) de Carlos Carrera, que fueron seleccionadas para los Oscars en representación de España y México respectivamente.
Fue candidato al Goya a la mejor interpretación masculina en 2002 por su trabajo en 800 Balas dirigida por Álex de la Iglesia. La Asociación de Críticos de Nueva York le premió por su participación en la película El crimen del padre Amaro en febrero de 2003, y fue galardonado con el premio Calabuch de Honor a toda una carrera en el Festival Internacional de Cine de Peñíscola, de cine de comedia, ese mismo año.
Estuvo muy vinculado con Uruguay, donde residió desde 1947 hasta 1963, y donde comenzó su carrera de actor a la sombra de Margarita Xirgu. Fue agregado cultural honorario de Uruguay en España desde enero de 1991 hasta su fallecimiento.

Nació el 27 de septiembre de 1936 en Madrid. A causa de la Guerra Civil Española, tuvo que exiliarse con su familia en Uruguay, donde estudió interpretación en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), dirigida por Margarita Xirgu. Debutó precisamente con esa actriz en ese país sudamericano con un montaje de El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare. Luego seguirían obras de Lope de Vega, Jacinto Benavente, y Albert Camus. En 1963 regresó a España, donde trabajó a las órdenes de los grandes directores de escena del país, como José Tamayo o Miguel Narros.
Su paso por el cine comienza en 1964, cuando debuta con La otra mujer, de François Villiers. A partir de ese momento, y a lo largo de cuatro décadas de carrera, rueda más de 80 películas con, entre otros, José Luis Sáenz de Heredia, Juan Antonio Bardem, Jaime de Armiñán, José Luis Cuerda, y Álex de la Iglesia.
Sin embargo, su mayor cuota de popularidad se la debe a la televisión, medio en el que comenzó a trabajar a principios de la década de 1960. En los siguientes años, su presencia ante las cámaras de Televisión Española fue casi continua, con apariciones en las obras de teatro televisado del espacio Estudio 1 (interviniendo en las adapraciones para la pequeña pantalla de, entre otras, El alcalde de Zalamea, Otelo o Doce hombres sin piedad), o series como Los camioneros. Fue en 1976-1977 cuando protagonizó la serie que le llevó definitivamente a la fama, Curro Jiménez, por la que sería recordado hasta el momento de su muerte.
A lo largo de su amplia carrera cinematográfica trabajó en multitud de producciones internacionales, tanto norteamericanas como europeas, varias de ellas del género spaghetti western. Destacan: 100 Rifles (con Burt Reynolds y Raquel Welch), Pampa salvaje (con Robert Taylor), Marco Antonio y Cleopatra (con Charlton Heston) y Marbella, un golpe de cinco estrellas (con Rod Taylor, Britt Ekland y Paco Rabal).
Casado con la uruguaya Noelia Aguirre Gomensoro, su padrino de boda fue Adolfo Suárez González. Tuvieron tres hijos: Rodrigo, Félix y el también actor Rodolfo Sancho.
Murió el 8 de agosto de 2012 por las complicaciones causadas por el cáncer de pulmón que padecía.



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